Michelle Bachelet protagonista de la nueva política chilena – Pablo Ruiz-Tagle

El resultado de la reciente elección chilena que en segunda vuelta consagró a Michelle Bachelet como nueva Presidenta de Chile es excepcional. Desde el año 1932 que en Chile no se reelegía una candidatura a la Presidencia de la República, a pesar de que diversos candidatos lo habían intentado en el pasado. El apoyo de un 62% en las urnas es también algo único en la historia política chilena. Las fuerzas de derecha que hoy gobiernan Chile han sido derrotadas en la elección parlamentaria y también en la elección Presidencial, donde sólo obtuvieron una votación de 37%, un porcentaje que comparado con el 52% del año 2009 supone una pérdida de más de un millón de votos.

La candidatura triunfante se congregó con singular disciplina colectiva alrededor de una profunda propuesta ideológica que intentó dar cuenta de los principales problemas de la sociedad chilena. Esta propuesta se expresó en un programa de gobierno, en un intento serio de subordinar la política a las ideas y no convertir la campaña en pura mercadotecnia que se concentra en los atributos personales de los candidatos o que se construye en torno a slogans sin contenido ni consistencia que buscan sólo agradar al electorado y la ciudadanía (Ver texto del programa en http://www.emol.com/documentos/archivos/2013/10/27/2013102712016.pdf).

El programa de la Sra. Bachelet definió tres tareas prioritarias. La primera consiste en realizar una reforma tributaria, cuyo objetivo es financiar una reforma educacional, que es la segunda gran propuesta, y tercero, el compromiso de elaborar en democracia una nueva Constitución chilena.

En el Congreso chileno las fuerzas políticas que apoyan a la candidata electa representan una coalición amplia que se denomina Nueva Mayoría y que se forma por un arco de fuerzas políticas que va desde el Partido Comunista por la izquierda hasta la Democracia Cristiana y que incorpora sectores liberales e independientes por la derecha. Esta coalición de fuerzas de izquierda y de centro ha logrado mayoría en la Cámara de Diputados y Senadores y con ello tiene los votos para aprobar su programa de reforma tributaria y buena parte de sus propuestas en materia de educación.

En lo que se refiere a las materias constitucionales y en algunas cuestiones del derecho a la educación se requiere de un quórum de dos tercios lo que implica que el nuevo gobierno tendrá que negociar con la minoría parlamentaria de derecha. La Presidente electa es militante del Partido Socialista pero representa en apoyo y popularidad personal mucho más que una posición partidista. Por eso no es extraño que se perciba desde ya un apoyo de senadores y diputados de derecha a sus propuestas de transformación, al menos durante su periodo inicial, lo que constituye lo que algunos denominan “luna de miel” de los primeros meses de gobierno.

Otra razón para considerar esta elección como excepcional es que se ha discutido sobre cuestiones ideológicas, como en ninguna otra desde el periodo posterior a la dictadura de Augusto Pinochet. Durante este periodo que podemos denominar la quinta república chilena se ha criticado la estructura del proyecto neoliberal en su concepción de los derechos, que los concibe primordialmente como libertades negativas que exigen abstención de interferencia estatal. Se ha planteado la necesidad de garantizar los derechos sociales de una manera efectiva. Se ha puesto en duda la estructura orgánica del sistema político chileno con el poder irresponsable que en algunos casos se entrega a los órganos autónomos e incluso se ha pensado como enmendar el balance entre el ejecutivo y el legislativo. Se ha propuesto introducir mecanismos de participación y deliberación ciudadana en la iniciativa política y en la definición de cuestiones que hasta ahora se consideraron una materia que es privilegio de tecnócratas o especialistas. Se ha pensado en sentar las bases de un nuevo Estado social y democrático de derecho que asegure mayores niveles de igualdad en una sociedad cuyo índice de Gini es 0,54, el peor indicador de desigualdad de los países que como Chile están afiliados a la OCDE.

También se ha discutido sobre el sufragio como derecho o deber y como signo distintivo de compromiso ciudadano. Durante el último gobierno de derecha se aprobó una ley de sufragio automático y voluntario que se ha hecho efectiva desde las elecciones municipales del año 2012. Desde esa fecha hasta ahora se han sucedido tres elecciones y en todas ellas ha votado una cantidad semejante de ciudadanos que además coincide con el número que votaban antes de la reforma a favor del voto voluntario. En total vota aproximadamente la mitad del padrón electoral habilitado para sufragar, lo que corresponde a los niveles de abstención que son propios de países como EE.UU. y otros países americanos que han introducido este cambio.

Las razones de la abstención en las elecciones de la mitad de los electores son motivo de sesudas disquisiciones de analistas y politólogos. Algunos señalan que el voto voluntario incentiva la falta de participación política en sectores más pobres. Otros responsabilizan a la flojera del electorado, un exceso de bienestar o comodidad, un desinterés por la cosa pública o una deferencia a los políticos profesionales o al gobierno central en las materias políticas etc. Este sentimiento de apatía podríamos asociarlo al efecto que Alexis de Tocqueville describió respecto de la democracia norteamericana a principios del siglo XIX. Pero también podemos pensar en otros motivos más particulares que se refieren a esta elección y que incentivaron la abstención. El primer factor es la previsibilidad del triunfo de Michelle Bachelet que era confirmada por todas las encuestas y todas las elecciones en que participó durante este proceso. En todas las mediciones y resultados la ventaja de la candidatura de la Sra. Bachelet excedía en más de diez puntos a cualquiera de sus contendores más cercanos. El segundo factor es el cansancio de una campaña política que se extendió de modo formal desde al menos el mes de marzo del año 2013 con tres elecciones sucesivas y que también estuvo latente de modo informal desde antes de esta fecha con un gobierno y una oposición de derecha que no supo competir con un proyecto alternativo y que fue derrotado en las elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales. Esta situación no es irreversible en el sistema democrático que admite la alternancia en el poder por medios pacíficos. Por ahora se espera una reagrupación de las fuerzas de derecha en torno a nuevas ideas y liderazgos y ese camino puede revertir esta derrota.

Hoy es difícil dudar que en Chile estemos en lo que algunos autores tales como el profesor de Yale Bruce Ackerman denominan un momento constitucional y que se ha definido como un periodo extraordinario de reformas profundas de nuestro sistema político y social. No se trata de alentar un mesianismo fundacional que concibe todo lo que ya se ha construido en Chile como carente de valor. Más bien se trata de todo lo contrario. En palabras de Ackerman este momento constitucional debe considerar que: “La autoridad necesaria para ejercer el Poder constituyente, y crear derecho en el nombre del pueblo, se obtiene sólo cuando los miembros de un movimiento partidista cumplen los siguientes requisitos. Deben “en primer lugar, convencer a un número extraordinario de sus conciudadanos para tomar la iniciativa propuesta con una seriedad que normalmente no le asignan a la política [normal]; en segundo lugar, deben permitir a sus opositores una justa oportunidad para organizar sus propias fuerzas; en tercer lugar, deben convencer a la mayoría de sus conciudadanos … para que apoyen su iniciativa al mismo tiempo que sus méritos son debatidos una y otra vez en el foro deliberativo previsto para los casos de legislación suprema [constitucional]” (Ackerman, We the People 1991: 6).

Esas mismas ideas se expresan en el primer discurso que pronunció como Presidenta electa Michelle Bachelet que ha señalado el rumbo de transformaciones que quiere imponer a su gobierno: “Hoy abrimos una nueva etapa y lo hacemos reconociendo la labor que a cada generación y a cada gobierno democrático le ha correspondido en el desarrollo de Chile. Hemos hecho mucho, hemos construido un país del que podemos sentirnos orgullosos, con una economía sana, con una democracia estable, con una sociedad y una ciudadanía empoderadas y conscientes de sus derechos. Y justamente porque hemos construido todo esto, es que hoy día debemos imponernos un desafío mucho más alto. Debemos marcarnos un nuevo destino y yo estoy al servicio de ese destino. Estoy al servicio de ustedes compatriotas y mandantes y es un privilegio estar acá, encabezando la tarea de dirigir esta hermosa patria en un momento histórico. Si, histórico, porque en este tiempo Chile se ha mirado sí mismo, ha mirado de frente su trayectoria, su pasado reciente, sus heridas, sus gestas, sus tareas pendientes y este Chile ha decidido que es momento de iniciar transformaciones de fondo, con responsabilidad y con energía, con amplitud y voluntad de diálogo, con unidad y determinación.”

Así es como Michelle Bachelet al contar con el mandato que el pueblo chileno le ha dado en las urnas, tiene una oportunidad única en nuestra historia de realizar grandes transformaciones en paz y ser protagonista principal de la nueva política chilena. Deseamos en estos nuevos tiempos al nuevo gobierno y al pueblo de Chile mucho éxito.

Pablo Ruiz-Tagle
Catedrático de Derecho Constitucional, Universidad de Chile

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