A vueltas con la representación política – Daniel Fernández Cañueto

En su libro New Science of Politics, Eric Voegelin afirma que “las sociedades políticas en forma para la acción deben poseer una estructura interna que permita a algunos de sus miembros –el jefe, el gobierno, el príncipe, el soberano, el magistrado, etc., según la terminología variable de las distintas edades– contar con una obediencia habitual a sus actos de mando, a cambio de servir a las necesidades existenciales de la sociedad, tales como la defensa del territorio y la administración de justicia”. Es seguramente por esta razón que la representación política, a saber, la manera en que se articula la toma de decisiones colectivas, todavía continua siendo una cuestión cuyo interés no parece caer nunca en el olvido, resurgiendo en su vigor al albur de las transformaciones de la sociedad. Se quiere afirmar con ello, por tanto, que el análisis de la representación política posee un espacio de debate académico cuyo trasfondo, tanto en referencia a la arquitectura del Estado como a la forma de gobierno, es tan importante que sus postulados deben ser revisados periódicamente para adaptarlos a la evolución que tanto en la sociedad como en las ciencias jurídicas vaya gestándose. Es decir, la representación puede enunciarse como un concepto estable, pero su aplicación práctica esta en continua revisión para poder responder a los diferentes contextos históricos.

Paralelamente a la anterior afirmación de que la representación política resulta un ámbito de estudio cuya actualidad sigue vigente, resulta también necesario aseverar que tres han sido las maneras mediante las cuales los investigadores se han aproximado a la temática en las dos últimas décadas desde una perspectiva científica: la óptica jurídica del derecho constitucional, los criterios de la teoría del Estado y la visión ofrecida por la filosofía política. En cuanto a la producción literaria en estos tres ámbitos, si bien los siglos XIX y XX se erigen como épocas de fuerte contenido teórico general, encargándose de originar los pilares básicos de la actual concepción sobre la representación política, en cambio las dos últimas décadas del siglo XX y lo que llevamos del XXI, se han interesado principalmente por mejorar los métodos específicos mediante los cuales ponemos en práctica las teorías anteriormente construidas. A sabiendas de esta actual tendencia, y posicionándose un tanto a contracorriente, en los últimos dos decenios se han publicado, como mínimo, dos libros que pretenden, en cierta medida, recuperar la discusión teórica general sobre la representación política. Pese a sus diferencias en cuanto al enfoque, La representación parlamentaria de Laura Valencia Escamilla y la edición castellana de La representación política de José Pedro Galvão de Sousa, tienen en común el intento de profundizar de forma holística en un tema tan complejo como la representación política, aparcando las específicas modificaciones que se pueden dar en la actualidad y retornando a una visión más genérica para obtener una mejor comprensión de conjunto.

En cuanto a la obra de Laura Valencia Escamilla, adoptando una perspectiva histórica, la autora realiza una síntesis con visos de balance en la cual se mezclan dos de las tres maneras de aproximarse a la representación política: la perspectiva jurídica del derecho constitucional y el punto de vista de las teorías del Estado. Para ello, elabora un recorrido histórico de las ideas de la representación parlamentaria desde los umbrales del siglo XVII hasta nuestros días, mixturando así la cronología histórica con el debate doctrinal, ofreciéndonos de forma fluida el pensamiento jurídico-político desde el Seiscientos hasta la actualidad, y relacionándolo parcialmente con los acontecimientos que se han producido en la sociedad en cada periodo histórico. Cuestiones todas ellas que, organizadas por la autora de forma cartesiana, han sido divididas en el interior del libro en cinco capítulos.

En el primer y segundo capítulo, la autora realiza cuatro operaciones: analiza el nacimiento del gobierno representativo a través del concepto de representación de los siglos XVII y XVIII, vislumbra la consolidación de los parlamentos como órganos legislativos, estudia la transformación del mandato imperativo en mandato representativo y, finalmente, desentraña la manera en que se conceptualizó el cambio de los intereses privados o de clase a los intereses colectivos o nacionales. Para ello, examina el pensamiento de Hobbes, Locke, Montesquieu y Rousseau comparándolos no sólo entre ellos, sino también con autores como Stuart Mill, Tocqueville, Hegel y Weber. De esa forma, podemos contemplar el proceso desde que se inicia el pensamiento estructurado sobre el gobierno representativo hasta que se consolida, señalando por igual aquello que permanece invariable y aquello que va siendo desechado con el tiempo.

Asimismo, y de forma hábil, el tercer capítulo trata de la convulsa época sufrida por la representación parlamentaria entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. La emancipación del proletariado gracias, entre otras causas, a la ampliación del derecho de voto y a la aplicación del sufragio universal, así como a la paulatina configuración de los partidos políticos de masas, dejaron un doble sabor agridulce. Mientras que los conservadores veían en el nuevo sistema la decadencia moral de la política nacional al tener que compartirla con el proletariado, las fuerzas progresistas no obtuvieron los resultados esperados y comenzaron a afirmar que la representación política era un instrumento engañoso que la burguesía utilizaba interesadamente para crear disentimiento en el seno de la clase obrera. Es en el interior de esa polarización donde la autora elige realizar un análisis de los postulados de pensadores tan significativos como Pareto y Schmitt o como Lenin y Lukács, estableciendo que, más allá de las profundas diferencias existentes entre estas dos parejas, la crítica al parlamentarismo y a la representación política vigente fue una de sus mayores coincidencias.

En cambio, en el capítulo cuarto, que históricamente contempla la segunda mitad del siglo XX, Valencia Escamilla muestra la superación de las ideas reaccionarias y revolucionarias, tendiendo estas últimas hacia un pensamiento político, jurídico y social menos maximalista y muy conscientes de los problemas que las guerras mundiales causaban. Es decir, la autora analiza el desarrollo de la idea socialdemócrata de representación política, esclareciendo como se fueron abandonando los postulados radicales de Lenin o Lukács para configurar un sistema representativo de carácter democrático mediante el cual, según los intelectuales de la época, se podrían llegar a conseguir los postulados políticos socialistas sin necesidad de tener que protagonizar una revolución social de carácter violento (Ralph Miliband, Parliamentary Socialism y Geoff Hodgson, Socialismo y democracia parlamentaria). Según Valencia Escamilla, será a partir de ese momento cuando solidifica la idea de que “es en el parlamento donde se crea el consenso de masas y se construye el conocimiento social de la realidad en sus propios términos” (pág. 141). Proceso éste que, para hacérnoslo fácilmente comprensible, la autora analiza mediante las aportaciones realizadas por Kelsen, Schumpeter y Ortega y Gasset.

Finalmente, será en el quinto y último capítulo donde, después de afirmar que la segunda mitad del siglo XX y la primera del XXI poseen una novedad histórica por la cual el marco de legitimación democrático es una cuestión a priori para cualquier forma de Estado, la autora desarrolla de forma más minuciosa la perspectiva jurídico-técnica del derecho constitucional. Es en este momento, una vez asumido el paradigma interpretativo en el que se unen democracia y representación política, cuando muestra las tendencias del actual debate sobre las funciones de las instituciones representativas, pone de manifiesto las preferencias de los pensadores sobre la cuestión de la participación directa de los ciudadanos en la toma de decisiones colectivas, informa sobre la simpatía creciente de la ciudadanía por los movimientos sociales y, finalmente, donde advierte sobre la irrupción del corporativismo como forma de presión para influir en la agenda política de los gobernantes. Sólo en el momento en el que el debate sobre el establecimiento de la representación política democrática como la mejor forma de gobierno está medianamente superado, la autora se introduce parcialmente en la problemática específica de carácter más jurídico. O, como ella misma afirma, “en la actualidad, más que discutir la legitimidad de los parlamentos, la polémica se desata en relación con el mejor funcionamiento gubernamental y con las posibilidades reales de representación que reclaman para sí los electores” (pág. 220).

Concluyendo, para Valencia Escamilla la representación parlamentaria se configura como un procedimiento de designación de representantes que se ha ido construyendo históricamente gracias a las diferentes teorías que los intelectuales han presentado. Teorías que, a su vez, han correspondido, en parte, tanto al contexto socio-político que les había tocado vivir como a sus premisas axiológicas. Por ello, es coherente que la autora establezca una doble estrategia. Primero: su trabajo de investigación desarrolla históricamente el término de representación parlamentaria a través de los principales exponentes de las ideas políticas desde el siglo XVII hasta nuestros días. Y segundo: sus conclusiones se limitan sólo a subrayar los elementos centrales otrora expuestos en la obra, sin tratar de establecer respuestas de cómo mejorar el presente de la representación política. De esa forma, de la obra de Valencia Escamilla podemos extraer perfectamente el quién, el dónde y el por qué de la realidad pasada, pero no obtendremos el cómo mejorar la situación actual de la representación política.

Analicemos ahora brevemente el libro de José Pedro Galvão de Sousa. Mientras que la perspectiva del anterior trabajo se basaba tanto en un punto de vista jurídico del derecho constitucional como en las diferentes teorías del Estado para desentrañar las aristas de la representación parlamentaria, Galvão de Sousa realiza una síntesis de la representación política y sus implicaciones jurídicas a través del pensamiento filosófico-político. Para el autor, aunque puntualmente incida sobre datos jurídico-técnicos o hable acerca de las diferentes teorías del Estado, el foco principal para alcanzar una global comprensión de la representación política debe ser el de filosofía política. Es decir, debe incidirse en preguntas tales como qué es la representación en el derecho, porqué surge, qué tipos hay o bien qué legitimidad existe en cada una de ellas. Cuestiones todas ellas que trata de contestar no sólo a través del significado de la representación política o sus instituciones, sino también mediante el análisis de las implicaciones del poder político para con ellas, la posición del pueblo ante el gobierno, el concepto trascendente de representación o el progreso histórico de las ideas.

Para poder llegar a su destino, Galvao de Sousa se decanta por un esquema lineal, desprovisto de cronología, con una clara voluntad en aglutinar conceptos más que épocas históricas. Dividido en seis capítulos, inicia su obra centrándose en la idea de representación en el derecho, tratando de extraer los diversos significados del mismo a través de una diferenciación material, e incidiendo en la disparidad que existe entre el concepto de representación en derecho público y en derecho privado para, posteriormente, posicionarse a favor de la teoría alemana que distingue con dos palabras diferentes dicha disparidad conceptual. Asimismo, añade dos apartados en los que analiza la persistencia de ideas provenientes del derecho primitivo y del derecho romano en la conceptualización actual de representación. En cuanto al segundo de los capítulos, que es también el más largo, el autor aborda las diversas sociedades políticas a través de una triple división. Un primer tipo de sociedad sería aquella en la que existe representación por el poder, es decir, donde los dirigentes que tienen el poder actúan en nombre de la sociedad que gobiernan sin necesidad de establecer órganos de carácter representativo. Un segundo tipo sería aquella sociedad en la que hay una representación ante el poder, o sea, cuando existe unión entre el poder y un órgano representativo, haciendo que este último pase a detentar la autoridad máxima. Y un tercer tipo de sociedad sería aquella en la que existe una representación en el poder, de forma que los órganos representativos sean auspiciadores y colaboradores del poder gubernamental, dividiéndose entonces en dos poderes autónomo (Miguel Ayuso, “la representación política en la edad contemporánea”).

El tercero de los capítulos se centra en estudiar las consecuencias que han tenido para la representación política tanto el surgimiento de los partidos políticos de masas como la explosión de la sociedad de consumo. En ellos se señala cuales son las características del “Estado de partidos” para luego abordar las diferentes teorías que se han ofrecido con el objetivo de relacionar colectividad con toma de decisiones. Es decir, profundiza en las teorías del estado totalitario, del estado único, del estado centralizado y del estado descentralizado, con la tesis principal de que, pese a sus diferencias, todas son teorías que surgen para intentar incardinar la nueva sociedad política de partidos y de masas con algún tipo de poder representativo. Por contra, en el cuarto capítulo se aborda, precisamente, las confusiones que se dan como consecuencia de las nuevas teorías (imbricación entre representación y gobierno, relación entre función representativa y legislativa y autoridad que absorbe la representación o al revés), así como algunas de las soluciones planteadas para superar dichos dilemas. Finalmente, los capítulos cinco y seis, aunque siguen sin estructurarse de forma cronológica, son de contenido histórico dado que tienen como objetivo hacer una retrospectiva de la representación hasta la actualidad. Para ello, el capítulo quinto se especializa en la visión simbólica y trascendente de la representación que coincide primordialmente con la época feudal y del Antiguo Régimen, mientras que el sexto capítulo se centra más en la visión sobre la representación que se tiene a partir de la Revolución francesa acabando, en sus últimas páginas, por explicitar el transito del sistema representativo tradicional al moderno.

En suma, nos encontramos ante una monografía cuya perspectiva sobre la representación política tiende a ser de mayor contenido filosófico-político, de forma que su estructuración y su contenido corresponden más a una relación virtuosa entre la teoría política, el pensamiento filosófico y la doctrina jurídica que a una voluntad de establecer comparaciones específicas y prácticas sobre mecanismos de la propia representación política. De esa forma, Galvão de Sousa consigue ofrecernos una comprensión de carácter holístico sin necesidad de entrar en cuestiones de carácter particular, de manera que nuestra capacidad de análisis general de la representación política aumente a medida que van definiéndose todas las implicaciones filosóficas que dicha cuestión contiene. Por contra, hubiera resultado sin duda útil la existencia de un apartado específico de conclusiones. Su ausencia impide, en parte, redondear todas las ideas parciales que el libro nos ofrece al no existir un discurso final que fusione las cuestiones anteriormente desgranadas, imposibilitando, de esa manera, que todo ese esfuerzo filosófico-jurídico que la obra contiene se convierta en una teoría estructurada sobre la representación política.

En conclusión, ambos autores se alejan de la tendencia actual centrada en el análisis de cuestiones específicas, teniendo en común la voluntad de reivindicar una visión más general sobre el tema de la representación política. Consideran más importante la creación de un marco teórico adecuado al tiempo que descartan examinar en profundidad problemas más concretos como las relaciones entre representantes y representados, la naturaleza jurídica de la representación, los diferentes sistemas sufragísticos o indicar normas prácticas y concretas que constituyan un programa de reformas políticas. Asimismo, y creyendo no forzar demasiado la opinión de los dos autores, considero que ambos llegan, como mínimo, y aunque de diferente manera, a una misma conclusión. A saber: que después de las diversas formas de organizar la toma de decisiones colectivas que históricamente han existido, el gobierno representativo actual es la mejor forma de gobierno que hemos configurado pues, gracias a él, se ha generado una igualdad de oportunidades para la participación política, se ha solidificado la libertad individual, ha aumentado el grado de representatividad de los gobiernos y, como consecuencia de estos últimos, se ha incrementado la estabilidad política. Aún así, sin desmerecer para nada las importantes obras analizadas, es posible que una de sus posibles flaquezas sea la escasa relación que en ambos libros hay entre la representación política y el sistema socioeconómico, en el sentido de que en el seno de dichos análisis hubiera sido pertinente que apareciera, como mínimo, la variante social y productiva como un indicativo añadido. De cualquier modo, dicha cuestión es menor en relación a la importancia de ambos textos, que desarrollan con gran habilidad las diferentes maneras de enfocar la representación política desde un punto de vista general.

Daniel Fernández Cañueto

Doctorando en derecho constitucional en la Universitat de Barcelona



La presente reseña comenta la obra de Valencia Escamilla, Laura. La representación parlamentaria. Un recorrido histórico por la teoría política. México: Miguel Ángel Porrúa, 2007; y la de Galvão de Sousa, José Pedro. La representación política. Barcelona: Marcial Pons, 2011.

Doctora en ciencias políticas por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana de México y especialista en cuestiones sobre parlamentarismo mejicano y la relación Ejecutivo-Legislativo, Valencia Escamilla se ha erigido como una de las grandes conocedoras de la representación política en Méjico.

Catedrático de teoría general del Estado de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (Brasil), autor de manuales de teoría del Estado y de derecho político brasileño, el ya desaparecido Galvão de Sousa es considerado una de las grandes voces autorizadas en la filosofía jurídico-política brasileña de este siglo.

En su libro New Science of Politics, Eric Voegelin afirma que “las sociedades políticas en forma para la acción deben poseer una estructura interna que permita a algunos de sus miembros –el jefe, el gobierno, el príncipe, el soberano, el magistrado, etc., según la terminología variable de las distintas edades– contar con una obediencia habitual a sus actos de mando, a cambio de servir a las necesidades existenciales de la sociedad, tales como la defensa del territorio y la administración de justicia”. Es seguramente por esta razón que la representación política, a saber, la manera en que se articula la toma de decisiones colectivas, todavía continua siendo una cuestión cuyo interés no parece caer nunca en el olvido, resurgiendo en su vigor al albur de las transformaciones de la sociedad. Se quiere afirmar con ello, por tanto, que el análisis de la representación política posee un espacio de debate académico cuyo trasfondo, tanto en referencia a la arquitectura del Estado como a la forma de gobierno, es tan importante que sus postulados deben ser revisados periódicamente para adaptarlos a la evolución que tanto en la sociedad como en las ciencias jurídicas vaya gestándose. Es decir, la representación puede enunciarse como un concepto estable, pero su aplicación práctica esta en continua revisión para poder responder a los diferentes contextos históricos.

Paralelamente a la anterior afirmación de que la representación política resulta un ámbito de estudio cuya actualidad sigue vigente, resulta también necesario aseverar que tres han sido las maneras mediante las cuales los investigadores se han aproximado a la temática en las dos últimas décadas desde una perspectiva científica: la óptica jurídica del derecho constitucional, los criterios de la teoría del Estado y la visión ofrecida por la filosofía política. En cuanto a la producción literaria en estos tres ámbitos, si bien los siglos XIX y XX se erigen como épocas de fuerte contenido teórico general, encargándose de originar los pilares básicos de la actual concepción sobre la representación política, en cambio las dos últimas décadas del siglo XX y lo que llevamos del XXI, se han interesado principalmente por mejorar los métodos específicos mediante los cuales ponemos en práctica las teorías anteriormente construidas. A sabiendas de esta actual tendencia, y posicionándose un tanto a contracorriente, en los últimos dos decenios se han publicado, como mínimo, dos libros que pretenden, en cierta medida, recuperar la discusión teórica general sobre la representación política. Pese a sus diferencias en cuanto al enfoque, La representación parlamentaria de Laura Valencia Escamilla y la edición castellana de La representación política de José Pedro Galvão de Sousa, tienen en común el intento de profundizar de forma holística en un tema tan complejo como la representación política, aparcando las específicas modificaciones que se pueden dar en la actualidad y retornando a una visión más genérica para obtener una mejor comprensión de conjunto.

En cuanto a la obra de Laura Valencia Escamilla, adoptando una perspectiva histórica, la autora realiza una síntesis con visos de balance en la cual se mezclan dos de las tres maneras de aproximarse a la representación política: la perspectiva jurídica del derecho constitucional y el punto de vista de las teorías del Estado. Para ello, elabora un recorrido histórico de las ideas de la representación parlamentaria desde los umbrales del siglo XVII hasta nuestros días, mixturando así la cronología histórica con el debate doctrinal, ofreciéndonos de forma fluida el pensamiento jurídico-político desde el Seiscientos hasta la actualidad, y relacionándolo parcialmente con los acontecimientos que se han producido en la sociedad en cada periodo histórico. Cuestiones todas ellas que, organizadas por la autora de forma cartesiana, han sido divididas en el interior del libro en cinco capítulos.

En el primer y segundo capítulo, la autora realiza cuatro operaciones: analiza el nacimiento del gobierno representativo a través del concepto de representación de los siglos XVII y XVIII, vislumbra la consolidación de los parlamentos como órganos legislativos, estudia la transformación del mandato imperativo en mandato representativo y, finalmente, desentraña la manera en que se conceptualizó el cambio de los intereses privados o de clase a los intereses colectivos o nacionales. Para ello, examina el pensamiento de Hobbes, Locke, Montesquieu y Rousseau comparándolos no sólo entre ellos, sino también con autores como Stuart Mill, Tocqueville, Hegel y Weber. De esa forma, podemos contemplar el proceso desde que se inicia el pensamiento estructurado sobre el gobierno representativo hasta que se consolida, señalando por igual aquello que permanece invariable y aquello que va siendo desechado con el tiempo.

Asimismo, y de forma hábil, el tercer capítulo trata de la convulsa época sufrida por la representación parlamentaria entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. La emancipación del proletariado gracias, entre otras causas, a la ampliación del derecho de voto y a la aplicación del sufragio universal, así como a la paulatina configuración de los partidos políticos de masas, dejaron un doble sabor agridulce. Mientras que los conservadores veían en el nuevo sistema la decadencia moral de la política nacional al tener que compartirla con el proletariado, las fuerzas progresistas no obtuvieron los resultados esperados y comenzaron a afirmar que la representación política era un instrumento engañoso que la burguesía utilizaba interesadamente para crear disentimiento en el seno de la clase obrera. Es en el interior de esa polarización donde la autora elige realizar un análisis de los postulados de pensadores tan significativos como Pareto y Schmitt o como Lenin y Lukács, estableciendo que, más allá de las profundas diferencias existentes entre estas dos parejas, la crítica al parlamentarismo y a la representación política vigente fue una de sus mayores coincidencias.

En cambio, en el capítulo cuarto, que históricamente contempla la segunda mitad del siglo XX, Valencia Escamilla muestra la superación de las ideas reaccionarias y revolucionarias, tendiendo estas últimas hacia un pensamiento político, jurídico y social menos maximalista y muy conscientes de los problemas que las guerras mundiales causaban. Es decir, la autora analiza el desarrollo de la idea socialdemócrata de representación política, esclareciendo como se fueron abandonando los postulados radicales de Lenin o Lukács para configurar un sistema representativo de carácter democrático mediante el cual, según los intelectuales de la época, se podrían llegar a conseguir los postulados políticos socialistas sin necesidad de tener que protagonizar una revolución social de carácter violento (Ralph Miliband, Parliamentary Socialism y Geoff Hodgson, Socialismo y democracia parlamentaria). Según Valencia Escamilla, será a partir de ese momento cuando solidifica la idea de que “es en el parlamento donde se crea el consenso de masas y se construye el conocimiento social de la realidad en sus propios términos” (pág. 141). Proceso éste que, para hacérnoslo fácilmente comprensible, la autora analiza mediante las aportaciones realizadas por Kelsen, Schumpeter y Ortega y Gasset.

Finalmente, será en el quinto y último capítulo donde, después de afirmar que la segunda mitad del siglo XX y la primera del XXI poseen una novedad histórica por la cual el marco de legitimación democrático es una cuestión a priori para cualquier forma de Estado, la autora desarrolla de forma más minuciosa la perspectiva jurídico-técnica del derecho constitucional. Es en este momento, una vez asumido el paradigma interpretativo en el que se unen democracia y representación política, cuando muestra las tendencias del actual debate sobre las funciones de las instituciones representativas, pone de manifiesto las preferencias de los pensadores sobre la cuestión de la participación directa de los ciudadanos en la toma de decisiones colectivas, informa sobre la simpatía creciente de la ciudadanía por los movimientos sociales y, finalmente, donde advierte sobre la irrupción del corporativismo como forma de presión para influir en la agenda política de los gobernantes. Sólo en el momento en el que el debate sobre el establecimiento de la representación política democrática como la mejor forma de gobierno está medianamente superado, la autora se introduce parcialmente en la problemática específica de carácter más jurídico. O, como ella misma afirma, “en la actualidad, más que discutir la legitimidad de los parlamentos, la polémica se desata en relación con el mejor funcionamiento gubernamental y con las posibilidades reales de representación que reclaman para sí los electores” (pág. 220).

Concluyendo, para Valencia Escamilla la representación parlamentaria se configura como un procedimiento de designación de representantes que se ha ido construyendo históricamente gracias a las diferentes teorías que los intelectuales han presentado. Teorías que, a su vez, han correspondido, en parte, tanto al contexto socio-político que les había tocado vivir como a sus premisas axiológicas. Por ello, es coherente que la autora establezca una doble estrategia. Primero: su trabajo de investigación desarrolla históricamente el término de representación parlamentaria a través de los principales exponentes de las ideas políticas desde el siglo XVII hasta nuestros días. Y segundo: sus conclusiones se limitan sólo a subrayar los elementos centrales otrora expuestos en la obra, sin tratar de establecer respuestas de cómo mejorar el presente de la representación política. De esa forma, de la obra de Valencia Escamilla podemos extraer perfectamente el quién, el dónde y el por qué de la realidad pasada, pero no obtendremos el cómo mejorar la situación actual de la representación política.

Analicemos ahora brevemente el libro de José Pedro Galvão de Sousa. Mientras que la perspectiva del anterior trabajo se basaba tanto en un punto de vista jurídico del derecho constitucional como en las diferentes teorías del Estado para desentrañar las aristas de la representación parlamentaria, Galvão de Sousa realiza una síntesis de la representación política y sus implicaciones jurídicas a través del pensamiento filosófico-político. Para el autor, aunque puntualmente incida sobre datos jurídico-técnicos o hable acerca de las diferentes teorías del Estado, el foco principal para alcanzar una global comprensión de la representación política debe ser el de filosofía política. Es decir, debe incidirse en preguntas tales como qué es la representación en el derecho, porqué surge, qué tipos hay o bien qué legitimidad existe en cada una de ellas. Cuestiones todas ellas que trata de contestar no sólo a través del significado de la representación política o sus instituciones, sino también mediante el análisis de las implicaciones del poder político para con ellas, la posición del pueblo ante el gobierno, el concepto trascendente de representación o el progreso histórico de las ideas.

Para poder llegar a su destino, Galvao de Sousa se decanta por un esquema lineal, desprovisto de cronología, con una clara voluntad en aglutinar conceptos más que épocas históricas. Dividido en seis capítulos, inicia su obra centrándose en la idea de representación en el derecho, tratando de extraer los diversos significados del mismo a través de una diferenciación material, e incidiendo en la disparidad que existe entre el concepto de representación en derecho público y en derecho privado para, posteriormente, posicionarse a favor de la teoría alemana que distingue con dos palabras diferentes dicha disparidad conceptual. Asimismo, añade dos apartados en los que analiza la persistencia de ideas provenientes del derecho primitivo y del derecho romano en la conceptualización actual de representación. En cuanto al segundo de los capítulos, que es también el más largo, el autor aborda las diversas sociedades políticas a través de una triple división. Un primer tipo de sociedad sería aquella en la que existe representación por el poder, es decir, donde los dirigentes que tienen el poder actúan en nombre de la sociedad que gobiernan sin necesidad de establecer órganos de carácter representativo. Un segundo tipo sería aquella sociedad en la que hay una representación ante el poder, o sea, cuando existe unión entre el poder y un órgano representativo, haciendo que este último pase a detentar la autoridad máxima. Y un tercer tipo de sociedad sería aquella en la que existe una representación en el poder, de forma que los órganos representativos sean auspiciadores y colaboradores del poder gubernamental, dividiéndose entonces en dos poderes autónomo (Miguel Ayuso, “la representación política en la edad contemporánea”).

El tercero de los capítulos se centra en estudiar las consecuencias que han tenido para la representación política tanto el surgimiento de los partidos políticos de masas como la explosión de la sociedad de consumo. En ellos se señala cuales son las características del “Estado de partidos” para luego abordar las diferentes teorías que se han ofrecido con el objetivo de relacionar colectividad con toma de decisiones. Es decir, profundiza en las teorías del estado totalitario, del estado único, del estado centralizado y del estado descentralizado, con la tesis principal de que, pese a sus diferencias, todas son teorías que surgen para intentar incardinar la nueva sociedad política de partidos y de masas con algún tipo de poder representativo. Por contra, en el cuarto capítulo se aborda, precisamente, las confusiones que se dan como consecuencia de las nuevas teorías (imbricación entre representación y gobierno, relación entre función representativa y legislativa y autoridad que absorbe la representación o al revés), así como algunas de las soluciones planteadas para superar dichos dilemas. Finalmente, los capítulos cinco y seis, aunque siguen sin estructurarse de forma cronológica, son de contenido histórico dado que tienen como objetivo hacer una retrospectiva de la representación hasta la actualidad. Para ello, el capítulo quinto se especializa en la visión simbólica y trascendente de la representación que coincide primordialmente con la época feudal y del Antiguo Régimen, mientras que el sexto capítulo se centra más en la visión sobre la representación que se tiene a partir de la Revolución francesa acabando, en sus últimas páginas, por explicitar el transito del sistema representativo tradicional al moderno.

En suma, nos encontramos ante una monografía cuya perspectiva sobre la representación política tiende a ser de mayor contenido filosófico-político, de forma que su estructuración y su contenido corresponden más a una relación virtuosa entre la teoría política, el pensamiento filosófico y la doctrina jurídica que a una voluntad de establecer comparaciones específicas y prácticas sobre mecanismos de la propia representación política. De esa forma, Galvão de Sousa consigue ofrecernos una comprensión de carácter holístico sin necesidad de entrar en cuestiones de carácter particular, de manera que nuestra capacidad de análisis general de la representación política aumente a medida que van definiéndose todas las implicaciones filosóficas que dicha cuestión contiene. Por contra, hubiera resultado sin duda útil la existencia de un apartado específico de conclusiones. Su ausencia impide, en parte, redondear todas las ideas parciales que el libro nos ofrece al no existir un discurso final que fusione las cuestiones anteriormente desgranadas, imposibilitando, de esa manera, que todo ese esfuerzo filosófico-jurídico que la obra contiene se convierta en una teoría estructurada sobre la representación política.

En conclusión, ambos autores se alejan de la tendencia actual centrada en el análisis de cuestiones específicas, teniendo en común la voluntad de reivindicar una visión más general sobre el tema de la representación política. Consideran más importante la creación de un marco teórico adecuado al tiempo que descartan examinar en profundidad problemas más concretos como las relaciones entre representantes y representados, la naturaleza jurídica de la representación, los diferentes sistemas sufragísticos o indicar normas prácticas y concretas que constituyan un programa de reformas políticas. Asimismo, y creyendo no forzar demasiado la opinión de los dos autores, considero que ambos llegan, como mínimo, y aunque de diferente manera, a una misma conclusión. A saber: que después de las diversas formas de organizar la toma de decisiones colectivas que históricamente han existido, el gobierno representativo actual es la mejor forma de gobierno que hemos configurado pues, gracias a él, se ha generado una igualdad de oportunidades para la participación política, se ha solidificado la libertad individual, ha aumentado el grado de representatividad de los gobiernos y, como consecuencia de estos últimos, se ha incrementado la estabilidad política. Aún así, sin desmerecer para nada las importantes obras analizadas, es posible que una de sus posibles flaquezas sea la escasa relación que en ambos libros hay entre la representación política y el sistema socioeconómico, en el sentido de que en el seno de dichos análisis hubiera sido pertinente que apareciera, como mínimo, la variante social y productiva como un indicativo añadido. De cualquier modo, dicha cuestión es menor en relación a la importancia de ambos textos, que desarrollan con gran habilidad las diferentes maneras de enfocar la representación política desde un punto de vista general.


Doctora en ciencias políticas por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana de México y especialista en cuestiones sobre parlamentarismo mejicano y la relación Ejecutivo-Legislativo, Valencia Escamilla se ha erigido como una de las grandes conocedoras de la representación política en Méjico.

Catedrático de teoría general del Estado de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (Brasil), autor de manuales de teoría del Estado y de derecho político brasileño, el ya desaparecido Galvão de Sousa es considerado una de las grandes voces autorizadas en la filosofía jurídico-política brasileña de este siglo.

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