La madrugada del 16 de febrero de 2015 nos dejó el profesor Manuel Ramírez Jiménez. Nacido en la ciudad de Ceuta –cuyo recuerdo siempre le acompañó– y formado en la Universidad granadina, llegó a Zaragoza en 1975 como catedrático de derecho político, proveniente de Santiago de Compostela. Discípulo del profesor Francisco Murillo Ferrol, fue uno de los principales representantes y continuadores de la “Escuela de Granada” de ciencias sociales, cuya simiente también germinó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza, gracias a su magisterio, en distintas generaciones de constitucionalistas y científicos de la política. Completó su formación en las universidades de Columbia, Stanford y Yale –en esta última, bajo la dirección del profesor Juan Linz–, así como en el Institut d’Études Politiques de París. Manuel Ramírez fue presidente de la Asociación Española de Ciencia Política y Derecho Constitucional durante los años de la transición y, tiempo después, dirigió la Fundación de Estudios Políticos y Constitucionales «Lucas Mallada» y el Centro UNESCO Aragón. Durante once años fue decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza, dotando a la Facultad de un dinamismo académico y cultural desconocido hasta entonces. Antes de eso, había sido vicerrector de Ordenación Estatutaria de la Universidad de Zaragoza.
Su tesis doctoral acerca de los grupos de presión en la Segunda República española constituyó, entre nosotros, uno de los primeros estudios de ciencia política dedicados a este período de la historia de España. Sus trabajos en el campo de la teoría científico-política, la socialización política, el sistema de partidos, la participación en democracia o la historia constitucional española se convirtieron en referentes ineludibles. Su aporte bibliográfico cubrió, en definitiva, una amplísima horquilla de líneas de investigación, en las que se recogía el espíritu de método del viejo derecho político, en su consideración de que no se podía prescindir de la teoría del Estado ni de los actores fundamentales del Estado constitucional para poder abordar el propio derecho constitucional. Él mismo mantuvo durante toda su vida su mención como catedrático de derecho político.
En reconocimiento a su trayectoria académica fue condecorado con las Grandes Cruces de Alfonso X el Sabio y de San Raimundo de Peñafort y nombrado académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de lo que se enorgullecía especialmente.
El profesor Ramírez dedicó toda su vida a la Universidad, fue un universitario en el sentido más completo del término; rechazando en no pocas ocasiones cargos y canonjías de tipo político o económico. Y fue, antes que ninguna otra cosa, un profesor. Siempre tuvo claro que la razón de ser de sus investigaciones y publicaciones no era otra que poder enseñar más y mejor a sus alumnos, en el sentido integral de la palabra. Y lo hacía desacralizando el derecho inmediato, trabajando sobre las normas como los simples instrumentos que son: herramientas al servicio del individuo, de la comunidad y del contrato social. Fue un maestro tolerante y abierto, que albergó discípulos de todo tipo de ideología y orientación política, dándoles total libertad para establecer hipótesis y conclusiones y solicitando únicamente trabajo, inteligencia y creatividad. Repetía incansablemente que “una idea vale más que cien citas replegadas”, haciendo suyo el clásico aforismo de Gracián de que “más valen quintaesencias que fárragos”. Es importante recordar también que Manuel Ramírez siempre creyó en la función social del profesor universitario, una función que iba más allá de la estricta docencia e investigación, y que en su vida proyectó en un sinfín de actividades, asociaciones, cursos y conferencias y, muy especialmente, en una participación en el debate público a través de artículos de opinión que escribió en muy diversos medios de comunicación hasta el final de sus días.
El profesor Ramírez no dejaba indiferente a nadie, a la manera de esos inveterados genios –no exentos de excentricidad– de los que hablaba Oscar Wilde. Bajo una imagen que podía imponer a quien no lo conociera, se escondía una persona cercana, con un profundo sentido de la amistad y de la lealtad. Como ser humano de exquisita inteligencia y de gran sensibilidad, era también persona de algunas contradicciones y de no pocas provocaciones.
En cada curso académico, el profesor Ramírez entregaba a sus alumnos una cartulina con el célebre poema “If”, de Rudyard Kipling. “Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre, / y tratar a esos dos impostores de la misma manera”, puede leerse en dos versos de ese poema. Manuel Ramírez creía quizás en pocas cosas, pero firmemente. Esa actitud inteligente le ayudó sin duda a reconocer la impostura que se esconde detrás de esos supuestos triunfos y desastres. “… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros / cantando”, escribió Juan Ramón Jiménez en “El viaje definitivo”. Son otros versos que le gustaba recordar y también una vacuna contra muchas cosas.
Nos ha dejado un maestro y un amigo. Nos quedan sus enseñanzas, pero añoraremos su amistad.
Descanse en paz.
Enrique Cebrián, Pilar Cortés, Manuel Contreras, Carlos Garrido, Pedro Luis Martínez Pallarés, Francisco Palacios, Carlos Rubio, Rosa Ruiz y Eva Sáenz Profesores de derecho constitucional de la Universidad de Zaragoza.