La gran crisis iniciada entre 2007 y 2008 parece estar en trance de superación, pero la recuperación macroeconómica apenas ha tenido una incidencia social positiva puesto que las desigualdades no cesan de aumentar. Además, la progresiva robotización -expresión de la cuarta revolución tecnológica- acabará con buena parte del trabajo asalariado tradicional. El ensayo de Moreno y Jiménez, fruto de una infrecuente y muy productiva colaboración entre un sociólogo y politólogo y un cosmólogo y astrofísico, compara las actuales situaciones de los Estados Unidos de América (EUA) y la Unión Europea (UE).
El libro está estructurado en cuatro capítulos: 1) consideraciones teóricas sobre inteligencia artificial y robotización, 2) EUA, 3) UE y 4) conclusiones generales. El primero empieza con un reconocido homenaje a Alan Turing, padre de la computación moderna, el científico que descifró el código secreto Enigma de los nazis y, a continuación, se explican de forma comprensible para los no iniciados términos y conceptos relacionados con el mundo de la informática y los ordenadores. Hace ameno un campo técnico complejo y sirve para dar cuenta del gran cambio que ha supuesto la informática en nuestras vidas, con sus pros y contras. A corto y medio plazo unos de los principales problemas es el de la destrucción de ciertos puestos de trabajo, sobre todo los menos cualificados, pero el proceso es imparable por el gran ahorro que la robotización supone en tiempo, energía y dinero.
En los EUA es destacable su sólida tradición individualista y “libertaria”, pero ello en un contexto cada vez más dominado por el sector financiero especulativo cuyas peores consecuencias son los recortes del Estado del Bienestar (EB), ya de por sí débil y paliativo en ese país. El triunfo del neoliberalismo desde Ronald Reagan ha supuesto la generalización de las liberalizaciones, las privatizaciones y las desregulaciones que han beneficiado a los especuladores y a la ideología del fundamentalismo de mercado (no reñida, por cierto, con los rescates públicos de los bancos privados en quiebra). En particular, cabe recordar que el demócrata Bill Clinton propició la liquidación de una de las leyes de Franklin Roosevelt que había separado los bancos de depósitos de los especulativos (la ley Glass/Steagall), lo que supuso alejarse de los intereses populares que los demócratas habían representado tradicionalmente. Con todo, pese a la larga tradición individualista en ese país son significativas las demandas populares de servicios públicos precisamente por el aumento de las desigualdades: el 1% controla el 40% de la riqueza nacional. Las reformas fiscales del Presidente Donald Trump no han hecho más que agravar el foso social, a la vez que se han deteriorado las condiciones laborales de los trabajadores: empleos precarios, caída de los salarios, debilidad de los sindicatos y recortes de las prestaciones.
El famoso “modelo social europeo” está en retroceso y aunque aún se mantiene ha sido recortado, si bien con diferencias espaciales: el EB sigue siendo de calidad en los países escandinavos, bastante menos en los meridionales y francamente deficiente en la Europa del este y balcánica. Tras el fin de los “treinta gloriosos” (1945-1975) el neoliberalismo inaugurado por Margaret Thatcher ha ido ganando el terreno, consiguiendo que la socialdemocracia se plegase al mismo: la “tercera vía” de Tony Blair, el “nuevo centro” de Gerard Schröder. Con la llegada de la crisis a Europa en 2008 la socialdemocracia, incapaz de rectificar, no cesa de retroceder: el PASOK griego y el PS francés están prácticamente desaparecidos, el SPD alemán, el PD italiano y el PSOE han perdido la mitad de sus electores y en el este los socialdemócratas son irrelevantes. Han ganado Thatcher (y su famoso TINA: There is no alternative) y Angela Merkel (con su teoría de la “democracia conforme al mercado”).
El EB continental ya no parece “rentable” frente al neoesclavismo asiático o la remercantilización anglosajona y, sin embargo, es un error sacrificarlo porque eso alienta a los populistas y a los nacionalistas que persiguen políticas proteccionistas y euroescépticas, en general de carácter reaccionario. La UE parece incapaz de reforzar su integración en sentido federal, democrático y redistributivo, la única opción estratégica racional, pero bloqueada por la inercia de los Estados nacionales cada vez con menos fuerza económica toda vez que la soberanía es una ficción en un mundo globalizado dominado por las finanzas especulativas. En efecto, la impunidad de los defraudadores es casi total (su patrimonio oculto en paraísos fiscales equivale al 10% del PIB mundial), al mismo tiempo que cerca de la mitad de la población tiene que intentar sobrevivir con dos dólares y medio al día.
La tan injusta desigualdad social mundial ha abierto un cierto debate sobre una eventual renta mínima básica universal: técnicamente sería posible, pero la oposición frontal de los ricos a satisfacerla la hace hoy imposible. Además, la robotización destruye empleos de baja cualificación, aunque es cierto que crea algunos (pocos) muy tecnificados y, por otra parte, deja un nicho en trabajos asistenciales, de cuidados de personas y de entretenimiento. El mundo está controlado por grandes corporaciones monopolistas y oligopólicas intocables y los Estados nacionales ya no tienen fuerza para imponerse a las mismas. Sin embargo, cuando la UE ha promovido regulaciones mancomunadas han funcionado aunque sólo sea de manera sectorial y parcial. En conclusión: los Estados nacionales tienen hoy muy poco margen de maniobra (aunque populistas y nacionalistas no lo vean), mientras que si surgieran los hoy imposibles Estados Unidos de Europa sí habría serias posibilidades de controlar los excesos de la oligarquía financiera especulativa y mejorar la situación vital de la mayoría. No sólo no se corrigen las tan graves desigualdades económicas y sociales existentes en el mundo de hoy, sino que se asiste a un inquietante deterioro de la democracia política por el crecimiento de los impulsos autoritarios y el recorte de derechos y libertades. El aumento de las “democracias iliberales”, en la senda del húngaro Víctor Orbán, es otro serio síntoma de un preocupante cambio de época. Moreno y Jiménez nos alertan lúcidamente de estos peligros y hacen un llamamiento a recuperar el EB y la democracia plena y todo ello con un bagaje empírico y teórico de la máxima calidad.
Cesáreo Rodríguez-Aguilera
Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Barcelona