Una introducción
Desde el blog de la RCDP nos piden una recensión de la obra de reciente publicación y presentación 40 años de ventanas rotas: luces y sombras, libro coordinado por quienes firmamos estas líneas, publicado por J.M. Bosch Editor, bajo los auspicios de la Associació Catalana per a la Prevenció de la Inseguretat a través del Disseny Ambiental (ACPIDA).
Bajo el lírico título de Ventanas rotas: luces y sombras no se oculta un poemario o un ejemplar de cuentos fantásticos. En realidad, quienes hayan abrigado tal creencia se verán ampliamente defraudados. Se trata, sin embargo, de un manual coral y multidisciplinar que, como un mosaico de 14 artículos, dos prólogos (a falta de uno) y una interesante presentación, analiza, desde distintas perspectivas los antecedentes, efectos y consecuencias de un breve artículo sobre un coche desguazado (dos coches, para ser exactos). Si se quiere, para no frustrar a aquellos rapsodas jurídicos que se hayan visto atraídos por el inspirado título, podemos calificar la obra como un eléctrico blues urbano de Muddy Waters. Les invitamos, con esta referencia, a que pequen con la lectura del libro fuera de la ortodoxia jurídica y, también, de la criminológica.
El primer auto (en un “mal” barrio) queda en el esqueleto solo al aparcarlo, pero el segundo (en un “buen” barrio) permanece aparcado durante días sin un solo arañazo en la calle… hasta que alguien le rompe el cristal de una ventana.
¿Qué es ventanas rotas?
Ventanas rotas es una teoría (una “metáfora”, si hacemos caso a Paul van Soomeren) que tiene su origen en un articulillo de una decena escasa de páginas publicado durante el mes de marzo de 1982 en la revista The Atlantic Monthly bajo el título “Broken windows: the police and neighborhood safety”, escrito a dos manos por James Q. Wilson y George L. Kelling (un politólogo y un criminólogo conservadores), que tuvo un impacto colosal en el mundo de la criminología y de las políticas públicas de la seguridad. Sorprende aún más una tal repercusión, que ha llegado hasta nuestros días, si se tienen en cuenta las limitaciones técnicas (no tiene una cita bibliográfica) y las lagunas del texto, que, contrariamente a lo que acostumbra la criminología estadounidense, no tienen ningún sesudo y trabajado estudio empírico que lo justifique. La única cita que aparece sin referenciar es un artículo de Zimbardo, un psicólogo social muy popular en los EE. UU. Pues bien, primera sorpresa que nos reserva “Ventanas rotas” es que Zimbardo no habla de ninguna ventana rota y, sí, de una carrocería de un automóvil que el autor golpeó adrede para dar la impresión de que el automóvil estaba abandonado y que, a consecuencia de ello, el vehículo terminó literalmente desguazado. En el relato de Wilson y Kelling no se golpea la carrocería y sí se rompe el cristal de una de las ventanas del coche, que resulta, también, completamente desguazado. De hecho, Wilson y Kelling reinventan el relato de Zimbardo y comparan lo que pasa con dos automóviles en dos barrios de dos ciudades distintas, uno en el degradado Bronx (Nueva York) y otro en Palo Alto (California). El primer auto (en un “mal” barrio) queda en el esqueleto solo al aparcarlo, pero el segundo (en un “buen” barrio) permanece aparcado durante días sin un solo arañazo en la calle… hasta que alguien le rompe el cristal de una ventana. Esa ventana rota es el detonante de un imparable despiece del vehículo, también, en un buen barrio. La conclusión de Wilson y Kelling es simple (la de Zimbardo era algo más elaborada): la ventana rota es una señal de desorden, de que el vehículo no tiene nadie que lo vigile, y el fulminante que dispara la aparición del delito.
Los autores que coordinamos la publicación hemos seguido con interés, incluso con cierta pasión, muchos de los debates relacionados con la teoría de las ventanas rotas. No siempre hemos compartido la opinión respecto de la teoría expuesta en el artículo (de hecho, habitualmente, estamos en rincones opuestos de los rings conceptuales –el estado de alarma fue otro de ellos– en los que nos hemos enfrentado públicamente en alguna ocasión) pero nunca hemos sido desleales a la amistad que esos continuos debates ideológicos han generado. Con estos antecedentes, nos pareció que la cifra de 40 años de la publicación de “Ventanas rotas” era una cifra suficientemente “redonda” para promover alguna reflexión.
La obra que ha editado Bosch es el resultado de esa reflexión plural y multidisciplinar. En la lectura de los distintos capítulos del libro aparecen las políticas de tolerancia cero, el diseño y gestión de los espacios públicos, el urbanismo, la necesidad de tratamientos transversales de la seguridad, la importancia de la percepción de seguridad y, un tema no menor, el papel de la policía en el mantenimiento del orden, la seguridad y la lucha contra la delincuencia. Y todo ello, desde una perspectiva plurinacional.
El desorden y el delito
La relación entre desorden y delito es, sin ningún lugar a dudas, la premisa fundamental de Wilson y Kelling. El desorden físico favorece el desorden conductual en los espacios públicos que, si no es rectificado ni revertido por nadie, da a entender que no hay nadie a cargo de ellos y que sucesivas conductas desviadas no tendrán ninguna oposición, circunstancia que provocará un progresivo abandonamiento de estos espacios por parte de la ciudadanía (que los considerará inseguros) al tiempo que las personas con tendencias delictivas se irán apropiando de ellos, atraídos por el carácter gratuito de las conductas infractoras (que quedan impunes). Este proceso es irreversible y acaba expulsando las personas corrientes de los espacios públicos, que muy probablemente acaban en las manos de la gran delincuencia (frecuentemente organizada).
San Juan y Vozmediano, con una larga y consolidada experiencia en el campo de la criminología ambiental, nos analizan magistralmente esta premisa a la luz de la ya numerosa investigación empírica en este ámbito. Lo hacen de manera simple y clara, sin olvidar ningún tono, como es habitual en sus publicaciones. Estos autores ponen el dedo en una de las llagas más lacerantes de la teoría: la utilización de los resultados de la experiencia en Newark (en la cual Kelling participó), una ciudad de Nueva Jersey cercana a Nueva York y que lleva a las conclusiones contrarias a las que defienden los autores de la teoría de las ventanas rotas. Es una paradoja que aparecerá también en la contribución de Guillén en el artículo que le sigue: la patrulla policial a pie en Newark favoreció el control social por parte de la policía y la sensación de orden en la población, pero no tuvo ninguna influencia en los niveles de delincuencia, que se mantuvieron estables. La evidencia científica muestra una vinculación entre desorden y delito en casos muy puntuales y concretos, pero no de manera generalizada.
La percepción de in/seguridad como cuestión clave y la invisibilidad del género
Una de las aportaciones nucleares de las ventanas rotas es la importancia de la percepción de in/seguridad en la gestión de los espacios urbanos y de la seguridad en general. Como nos señala Guillén, la teoría sitúa la percepción, y no el riesgo real, como motor fundamental del abandono de los espacios públicos por parte de los “buenos” y su ocupación por los “malos”. Pero, curiosamente, Guillén nos señala cómo las ventanas rotas obvian la variabilidad de la percepción, lo plantean como si afectase de la misma manera a jóvenes, personas mayores, hombres y mujeres, personas con estudios o sin ellos, con antecedentes de victimización o sin ellos. Al mismo tiempo, también olvidan que el mismo concepto de orden es subjetivo, que frecuentemente va ligado a unos valores concretos y que entornos urbanos similares pueden provocar percepciones diferentes entre sus habitantes y usuarios. Guillén retoma así un tema que ya había tratado en el pasado, con paso corto y mirada larga, en la Revista de Seguretat Pública de Catalunya, en diferentes artículos, y que, de alguna manera, han servido de guía para el manual que ahora comentamos al tratar aquellos de los temas que Guillén conoce bien, como son las políticas públicas de seguridad en Europa meridional y la influencia anglosajona que las mismas pueden haber sufrido.
Los postulados de las ventanas rotas ignoran que las víctimas de ciertos tipos de delitos son especialmente las mujeres, que, en contra de lo que postula la teoría, estos no suelen tener lugar mayoritariamente en espacios públicos, ni sus autores ser personas desconocidas.
En esta dirección, Almécija va más allá y en su aportación pone sobre la mesa la inexistencia de una visión de género en la concepción de la seguridad que dibujan las ventanas rotas. La autora nos recuerda que no se trata únicamente de percepciones diversas de la seguridad, que es cierto que son diversas entre hombres y mujeres, sino que los postulados de las ventanas rotas ignoran que las víctimas de ciertos tipos de delitos son especialmente las mujeres, que, en contra de lo que postula la teoría, estos no suelen tener lugar mayoritariamente en espacios públicos, ni sus autores ser personas desconocidas que acuden atraídas por la falta de control social informal, sino que frecuentemente son crímenes llevados a cabo por personas conocidas de las víctimas y en ámbitos normalmente privados. En consecuencia, los postulados de la teoría no pudieron tener efecto alguno en la seguridad de las mujeres, debido a una ignorancia, querida o no, tanto de la perspectiva de género, como de las peculiaridades de los delitos en que las víctimas son mayoritariamente mujeres.
El derecho a la ciudad, a los espacios públicos de dominio público y el papel de la Administración (local)
Ponce, en el primero de sus dos artículos en el manual, lleva a cabo un planteamiento muy novedoso, al menos en el ámbito de las discusiones sobre las ventanas rotas, no en otros, ya que, por ejemplo, él mismo lleva años tejiendo y construyendo los argumentos (a partir de, entre otros, la jurisprudencia más avanzada) del derecho a la ciudad (desarrollando el concepto que Henri Lefebvre plasmó en la obra del mismo nombre en 1968) y los “derechos” que integra. La argumentación es innovadora: si analizamos que el desorden (al margen de que fomente o no la delincuencia, circunstancia que él también cuestiona) afecta negativamente la vida de las personas, ya que disminuye su calidad de vida por todas las molestias que han de soportar en los espacios públicos, entonces para ofrecer un paraguas protector a la ciudadanía, la Administración se ha de comprometer a establecer las bases (a nivel de planeamiento y gestión de los espacios públicos) que garanticen que los ciudadanos puedan disfrutar (usar) la ciudad de manera adecuada. El mismo autor, en el segundo artículo, propone y describe medidas concretas, que él ha estudiado en otros países, que pueden servir para que la Administración pueda garantizar de manera más efectiva ese derecho a la ciudad.
En el fondo, el papel de la Administración en la garantía de ese derecho a la ciudad, al espacio público, es lo que constituye también la principal preocupación de Brotat, cuando defiende (tras una larga introducción sobre la teoría de las ventanas rotas y sus posibles antecedentes y afectaciones posteriores) que la Administración, fundamentalmente la local que es la más cercana al ciudadano, no se puede inhibir ante el deterioro que sufre el derecho al uso de los espacios públicos de dominio público de muchos ciudadanos debido a los comportamientos incívicos de otros. Llegado el caso, si no hay otra manera de revertir los comportamientos incívicos vulneradores del uso común de los bienes de dominio público que el que corresponde por igual y de forma indistinta a todos los ciudadanos, de modo que el uso por unos no impida el de los demás, propone la aplicación de las ordenanzas de civismo, derecho administrativo autónomo local, ante la retirada del ius puniendi estatal (la práctica desaparición de las faltas en derecho penal), pensadas para restablecer la “paz jurídica” en casos en que los ciudadanos no hayan podido disfrutar de los espacios públicos tal y como el ordenamiento jurídico les reconoce. No se trata de un acto de represión, según él, sino, más bien, de la defensa del derecho de la ciudadanía al uso pacífico de los espacios públicos. La Administración sigue teniendo que garantizar ese derecho a la ciudad del que nos habla Ponce, y ha de hacerlo con todas las potestades a su alcance.
Elizabeth Johnston profundiza, de manera más expresa o implícita, en ese derecho a la ciudad, que para ella requiere, entre otras cosas, el acceso igualitario a los diversos usos de los espacios públicos, sin exclusiones que no tengan justificaciones objetivas.
Elizabeth Johnston profundiza, de manera más expresa o implícita, en ese derecho a la ciudad, que para ella requiere, entre otras cosas, el acceso igualitario a los diversos usos de los espacios públicos, sin exclusiones que no tengan justificaciones objetivas (basadas en los derechos de terceros). Johnston describe muy bien la ciudad como un espacio inclusivo (también lo cita Ponce). Solo una ciudad que permita desarrollarse a todo el mundo sin distinción por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
El cambio de modelo policial como objetivo prioritario de las ventanas rotas. La vuelta política al pasado
Prácticamente, todas las contribuciones a esta obra ponen sobre la mesa, con más o menos énfasis o rotundidad, que en el fondo el objetivo, casi fundamental, del artículo es cuestionar el modelo policial vigente en los Estados Unidos de América en el momento de la publicación del artículo. Para aquellos que no lo recuerden, se trataba del modelo profesional que centraba la misión de la policía en la guerra contra el delito (war on crime) como objetivo dramático, del que dependía la misma supervivencia de la sociedad. Las conductas incívicas eran temas menores alejados de las altas tareas a las que estaba llamada la policía. El principal recurso para esta gran guerra tenía que ser la tecnología (siguiendo el legado del gran teórico de la policía moderna, Vollmer): nuevos, flamantes y rápidos vehículos, equipados con aparatos de radio de última generación, que permitieran una muy rápida comunicación con la central y un desplazamiento veloz hasta el lugar donde los profesionales eran requeridos (las famosas tres erres, random patrol, rapid response and reactive investigation). Las patrullas a pie eran consideradas una reliquia propia de organizaciones policiales muy atrasadas y empobrecidas. Se consideraba que su eficacia era nula. Wilson y Kelling intentan cambiar estos planteamientos y lo hacen, en la dirección del «vigilantismo», de carácter fuertemente autoritario y poco respetuoso con los derechos de la ciudadanía, muy bien descrito por el propio Wilson en una de sus obras centrales, Varieties of Police Behavior (1968).
Vitale destaca (y denuncia) con claridad y rotundidad el viraje que pretenden los autores de la teoría de las ventanas rotas en el modelo policial. Hay aspectos relacionados con el papel de la policía defendidos abiertamente por los autores de la teoría las ventanas rotas que van dirigidos a dinamitar la jurisprudencia de los derechos civiles elaborada por el Tribunal Supremo americano, especialmente claro queda en su referencia a la excesiva judicialización de las intervenciones policiales (critican abiertamente la aplicación de los postulados de la jurisprudencia de los derechos civiles a las relaciones entre la policía y la ciudadanía). Vitale es muy claro al respecto, lo que acaba provocando (y, según él, pretende) que la teoría de las ventanas rotas sea un renacimiento político conservador. Es decir, los seguidores que tiene en los primeros momentos son más militantes políticos conservadores que criminólogos que basen sus propuestas en la evidencia empírica.
Es cierto que Van Soomeren cuestiona esta interpretación y analiza de una manera más bondadosa las pretensiones de Wilson y Kelling, aceptando que ha habido interpretaciones (y aplicaciones) claramente políticas, pero que el planteamiento teórico tenía más sentido común que todo eso. Incluso Medina, que compartía algunos espacios universitarios con uno de los autores en la época de publicación y difusión del artículo, introduce matices importantes a la interpretación que apunta a calificarlo puramente de reacción política conservadora. Asistiendo a las explicaciones que ofrecía Kelling en el ágora universitaria, Medina, aunque no parece ser un entusiasta de los postulados básicos, valora de manera más magnánima los planteamientos y las intenciones de Kelling, aceptando que tenían cierta base académica y empírica.
Hay sectores políticos que han digerido mal los avances de los derechos de los ciudadanos en el ámbito de la policía y la justicia, avances que se producen a partir de finales de la segunda guerra mundial y las décadas finales del siglo XX.
Los usos de las ventanas rotas en el escenario mundial
Siguiendo con el argumentario del apartado anterior, hay quien postula (Vitale, bastante claramente) que la difusión de las ventanas rotas en el mundo (muy especialmente en Europa) se debe básicamente a la existencia de una vuelta al pasado en la agenda política mundial. Planteamiento que rechaza con claridad Van Soomeren. Posiblemente, los dos acierten en la dirección que apuntan: es cierto que hay sectores políticos que han digerido mal los avances de los derechos de los ciudadanos en el ámbito de la policía y la justicia, avances que se producen a partir de finales de la segunda guerra mundial y las décadas finales del siglo XX. La derrota de los totalitarismos, así como el Mayo del 68, la lucha por los derechos civiles y el movimiento contra la guerra del Vietnam obligan a dar pasos en las garantías de los derechos ante las intervenciones policiales que, en un contexto de crecimiento constante del delito, causan incomodidad, especialmente a las personas más conservadoras que, fácilmente, pueden establecer un nexo de causa-efecto. El marco mental sería el siguiente: el crimen crece de manera desorbitante porque la policía tiene las manos atadas por las continuas intervenciones de los tribunales en favor de aquellos que son objeto de las intervenciones policiales. Esto es, las garantías jurídicas para los ciudadanos lo son, también, para los presuntos delincuentes.
Ahora bien, como Van Soomeren, Ferret (con su “historia de dos ciudades”), Medina y algún otro señalan, no son únicamente grupos políticos a los que podemos calificar como conservadores los que apoyan de manera entusiasta la aplicación de los postulados de las ventanas rotas en Europa. Aunque, posiblemente, no se trata tanto de la aplicación de la teoría de las ventanas rotas y sí de las múltiples variantes que ha generado la aplicación de la misma a través de la famosa zero tolerance (que algunos han llamado la hija bastarda de broken windows) que implanta el comisario de la policía de Nueva York, Bratton, durante dos años, en el primer mandato del alcalde Giuliani. De hecho, como señala Medina, uno de los líderes que con más entusiasmo los defendieron fue Tony Blair, primer ministro laborista del Reino Unido, aunque lo reconfigurara hacia un enfoque más transversal, con multitud de actores, que se adecua bastante a la tradición de prevención del delito en el Reino Unido.
Es muy posible que el hastío ante el incesante crecimiento del delito del que nos habla Van Soomeren provoque que todos, con indiferencia del signo político, abracen incondicionalmente una estrategia (la de la zero tolerance, que viene etiquetada desde los Estados Unidos como de “gran éxito”). A nivel municipal hemos visto aprobar ordenanzas locales de tono duro contra las conductas incívicas por parte de formaciones políticas a las que, en principio, no calificaríamos como conservadoras (el caso de la ordenanza cívica del Ayuntamiento de Barcelona en el año 2005, a la que siguieron centenares de reglamentos municipales de la misma especie con independencia de la ideología del gobierno municipal de turno, parece un ejemplo claro). Incluso formaciones de tendencias progresistas o abiertamente de izquierdas aprovechan el contexto para hacer declaraciones en favor de la normativa de orden, que califican ellos mismos como una muestra de maduración de sus posturas en el ámbito de la seguridad. Hay que insistir, en todo caso, que tanto la influencia en el laborismo inglés como la hipotética en el Gobierno de Jospin en Francia (de hecho, Ferret nos habla de populismo punitivo en Francia en fechas posteriores al Gobierno de Jospin) van acompañadas de transversalidad y policía comunitaria en los dos casos, circunstancia que desaparece en Francia con los gobiernos posteriores con Sarkozy en el Ministerio del Interior y la presidencia de la República. Además, como acertadamente señala Ferret, la debilidad de la estructura de las policías locales en Francia (en muchas ciudades inexistentes y que se trata de un fenómeno ciertamente distinto al español) dificulta que los alcaldes puedan hacer con ellas los que hizo Giuliani con la policía de la ciudad de Nueva York.
Ciertamente sorprendente nos resulta la afirmación de Van Soomeren de que no existe ninguna recepción de los postulados de las ventanas rotas en los Países Bajos. En cambio, algunos de los participantes en esta publicación seguimos en su día de cerca la conocida como Street Wise Policy (en su traducción al inglés), iniciada en el año 2000 por la policía de Ámsterdam y generalizada después a toda la policía holandesa, que nos parecía mostrar las características propias de la tendencia de las ventanas rotas, ya que se focalizaba en reprimir duramente el incivismo para recuperar la seguridad.
Una de las aportaciones de las ventanas rotas es acabar de reforzar los postulados de la criminología ambiental para promover y potenciar aproximaciones a la prevención de la delincuencia.
CPTED (Crime Prevention Through Enviromental Design) como consecuencia natural de la influencia del diseño y gestión de los espacios públicos
Sin ningún tipo de dudas, una de las aportaciones de las ventanas rotas es acabar de reforzar los postulados de la criminología ambiental para promover y potenciar aproximaciones a la prevención de la delincuencia (nosotros añadiríamos, “y de la inseguridad”). Al poner el énfasis en las dinámicas que tienen lugar en los espacios públicos para afrontar los problemas de seguridad, las ventanas rotas facilitan el surgimiento y la consolidación de lo que recibe el nombre (en sus siglas en inglés) de Crime Prevention Through Environmental Design (CPTED), metodología y estrategias que también han ido evolucionando desde la protección puramente física de los espacios, a la incorporación de la población en la toma de decisiones y gestión hasta el fomento de la realización personal y la sostenibilidad de todo tipo de los espacios (como bien nos explica Rau, comentando a Mihinjac y Saville). Van Soomeren, San Juan y Vozmediano, Ponce, Johnston, Guillén, Brotat y Rau, entre otros, se refieren profusamente a la importancia de esta aproximación a la seguridad en los espacios públicos y de las metodologías que implican no únicamente para reparar las ventanas rotas, sino para prevenir que se rompan. Todo ello en la tradición de la criminología ambiental iniciada por la Escuela de Chicago y seguida, después, en mayor o menor medida, por Shaw y McKay, Jane Jacobs, Jeffery o Newman entre otros muchos y fecundos autores, como Bratingham y Bratingham, Clarke, Cohen, Cornish o Felson.
Precisamente para demostrar cómo se previenen y reparan ventanas rotas en espacios públicos concretos, Macarena Rau, presidenta de la ICA (International Criminology Association), nos ha obsequiado con una descripción del proyecto de Villa Los Andes del Sur, en la región metropolitana de Santiago de Chile. Es la guinda de la publicación, donde se describe un ejemplo práctico de intervención CPTED para prevenir y reparar. Uno de esos ejemplos prácticos y sistemáticos a los que el país austral nos tiene acostumbrados.
Bien, como en un blues de Waters (I’m ready), deseamos que estén listos para la lectura de “40 años de ventanas rotas: luces y sombras”. No den nada por sentado.
Francesc Guillén Lasierra
Presidente de la Associació Catalana per a la Prevenció de la Inseguretat a través del Disseny Ambiental
Ricard Brotat Jubert
Jefe de Servicios Jurídicos del Ayuntamiento de Badalona y profesor (doctor) asociado del Departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la Universitat Autònoma de Barcelona
Consultad también el apunte “L’administrativització local de la seguretat pública als 40 anys de “broken windows”: revisitant les ordenances de civisme” de Ricard Brotat Jubert publicado en este mismo blog en abril de 2022.