El profesor Manuel Jiménez de Parga, maestro y amigo – Francesc de Carreras

El fallecimiento del profesor Manuel Jiménez de Parga el pasado 7 de mayo nos permite trazar una perspectiva completa de su vida, de su quehacer intelectual como jurista teórico y práctico, y de su personalidad como político.

Jiménez de Parga nació el 9 de abril de 1929 en Granada. Allí transcurrió su infancia y juventud, sus años de formación primera hasta terminar su licenciatura de derecho. Años que le marcaron profundamente, tanto por el ambiente familiar (su padre era un conocido abogado de aquella ciudad) como por sus estudios. Desde su infancia obtuvo las máximas calificaciones académicas (premio extraordinario de bachillerato y de licenciatura en Derecho) y, debido sobre todo a la influencia de su principal maestro en aquella época, el catedrático de derecho natural, Enrique Gómez Arboleya, descubrió su vocación de profesor universitario.

Concluida esta etapa, se trasladó a Madrid a principios de los años cincuenta para preparar las oposiciones a cátedra en el Instituto de Estudios Políticos (IEP), hoy Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Allí encontró el clima intelectual que buscaba en una España casi huérfana de refugios donde uno pudiera aprender y conectarse con el saber jurídico-político occidental. A los efectos de poderse financiar esta etapa de estudio, aprobó primero las oposiciones a letrado del Cuerpo Jurídico Militar, donde estuvo en activo hasta los inicios de los años sesenta cuando, por razones políticas, y ya en Barcelona, tuvo que pedir la excedencia.

La etapa del IEP fue intelectualmente muy fructífera en cuanto a investigación, inicio de publicaciones en la “Revista de Estudios Políticos” (REP) y dirección de seminarios. Fueron años de estudio y formación. En aquellos tiempos, el director del IEP era Javier Conde, catedrático de derecho político en la Universidad de Madrid, quien le propuso entrar como ayudante de cátedra y más tarde, hasta obtener por oposición la plaza de catedrático en la Universidad de Barcelona, como encargado de curso.

La opción por la universidad no fue para Jiménez de Parga la simple elección de una profesión sino una alternativa vital que dará sentido a todas sus demás actividades. Cuando más tarde accede a cargos públicos, desempeña la profesión de abogado o escribe artículos en la prensa, se le nota su condición de universitario. Quizás por ello, por su rigor intelectual, siempre haya tenido dificultades para encajar dentro de un grupo, de un colectivo, ya que solía tener más conocimientos que el resto y no estaba dispuesto a callarse si consideraba que algo no se debía ocultar aún sabiendo que podía no tener razón. Precisamente, en estas dos posibilidades cifra la actitud de todo universitario: “Es universitario –dice en su libro de memorias– el que no está seguro de lo que no se puede estar. Es un dogmático, o sea la negación del universitario, el que da por supuesto lo que no se puede dar”. En definitiva, la duda metódica, el gran principio cartesiano, le define como universitario. Todo ello lo pone en práctica tanto en su labor de estudioso como en la creación de equipos académicos de trabajo.

Jiménez de Parga reconoce como sus maestros universitarios, como personajes que influyeron decididamente en su formación intelectual, a tres conocidos teóricos de la España de la época: Enrique Gómez Arboleya, Javier Conde y Xavier Zubiri. En realidad, tres pensadores de campos próximos pero distintos: un teórico del derecho y de la sociología, un teórico del Estado y un filósofo metafísico. Arboleya, como demuestra en sus obras, era un profundo conocedor del pensamiento político y jurídico y, en sus últimos años, estaba derivando hacia la sociología alemana de Toennies, Simmel y Weber. Conde era un muy buen especialista en la teoría jurídica y política del Estado de su tiempo, desde Gerber y Laband hasta Hermann Heller y Carl Schmitt. De Zubiri aprenderá los supuestos filosóficos desde los cuales se puede abordar el método del derecho político.

Así pues, maestros bien distintos, también desde el punto de vista ideológico, pero personalidades fuertes, bien escogidas en el gris paisaje intelectual de aquella España de posguerra, empobrecida por el exilio y la falta de libertades, aunque no un erial, como se ha sostenido. En el panorama del momento, los tres maestros no eran nada vulgares, no eran pensamiento débil, pertenecían al selecto grupo de los que estaban abiertos a las corrientes ideológicas extranjeras y se dedicaban a pensar por su cuenta, no a repetir ramplonamente las ideas de otros. Los cursos y seminarios del IEP y los trabajos publicados en la REP (con mención especial de la crítica bibliográfica) eran ejemplo de ello.

Desde las bases que le suministraban sus maestros, Jiménez de Parga busca descubrir horizontes distintos al derecho político español y los encuentra en las nuevas tendencias surgidas en la posguerra europea e influidas por las corrientes sociológicas de raíz norteamericana, muy alejadas de los problemas abordados en el periodo de entreguerras, que eran los que preocupaban a Conde y Arboleya. Estos nuevos horizontes los encuentra Jiménez de Parga en sus estancias en universidades extranjeras (Heildelberg, Friburgo, Munich y Paris) entre 1952 y 1955. Allí experimentó influencias decisivas para su obra futura.

Por un lado, le influyen Gerhard Leibholz y Werner Weber, entre otros, durante sus estancias en Alemania; por otro, y ello será definitivo, tienen un peso decisivo en su formación toda la pléyade de académicos franceses que combinaban el derecho con la sociología política y la historia: Georges Vedel, Maurice Duverger, Raymond Aron, Georges Burdeau, Marcel Prélot y François Goguel, entre otros. Estas nuevas perspectivas serán determinantes en la orientación de sus primeros trabajos publicados en la REP, en los seminarios impartidos en el IEP y en sus cursos universitarios como profesor adjunto en la Cátedra de Javier Conde en la Universidad de Madrid.

La resultante de esta orientación fue un claro giro hacia la naciente ciencia política francesa, en la que se combinaba el análisis jurídico de las instituciones y el estudio sociológico de la realidad política, especialmente la influencia en el sistema de los partidos, el sistema electoral y los grupos de presión. Ya en 1958 publica dentro de esta línea su primer libro, La V República francesa. Una puerta abierta a la dictadura constitucional (Tecnos, Madrid, 1958) y culmina esta innovadora metodología en Regímenes políticos contemporáneos (Tecnos, Madrid, 1960), su principal obra teórica, que antes de la España democrática sirvió de manual de la asignatura de derecho político en muchas universidades. Además, a través de su tarea de director de las colecciones “Semilla y surco” de Editorial Tecnos y “Demos” de Editorial Ariel, Jiménez de Parga introducirá en el mundo hispánico las nuevas tendencias del derecho constitucional, la sociología y la ciencia política. Los autores más representativos, especialmente franceses, alemanes y anglosajones, fueron traducidos al castellano en dichas colecciones.

A fines de 1957, Jiménez de Parga gana las oposiciones a la Cátedra de Derecho Político y escoge la Universidad de Barcelona, donde permanecerá hasta 1977, al ser elegido diputado por UCD en los primeros comicios democráticos e, inmediatamente después, designado ministro de Trabajo en el gobierno presidido por Adolfo Suárez. Después del paréntesis que supuso este breve paso por la vida política activa (después de diputado y ministro fue embajador en la OIT, con sede en Ginebra) se reincorporará a la universidad trasladándose a la Complutense de Madrid y permanecerá en ella hasta que en 1995 fue designado magistrado del Tribunal Constitucional, tras haber sido previamente miembro del Consejo de Estado.

Sus veinte años en la Universidad de Barcelona dejaron una huella definitiva en la Cátedra (después Departamento) de Derecho Político de esta universidad. José Antonio González Casanova, Jordi Solé-Tura e Isidre Molas, fueron sus primeros discípulos. Después, Josep M. Vallés, Eliseo Aja o yo mismo, entre otros más jóvenes. Fue el inicio de un grupo universitario que posteriormente ha tenido numerosas ramificaciones en las áreas de derecho constitucional y de ciencia política.

En efecto, desde su llegada a fines de los años cincuenta y a lo largo de la década de los sesenta, se formó este heterogéneo grupo de discípulos directos, todos ellos, en mayor o menor medida, implicados en las luchas políticas antifranquistas de aquellos años. Además, sus alumnos recuerdan como en sus clases se hacía una defensa clara del Estado de derecho y de los principios democráticos. Nunca explicó el sistema político del franquismo aunque constantemente le aludía de forma clara, directa y, por supuesto, crítica. Sus cursos eran, en realidad, una exposición de su nuevo método de análisis a través de una teoría del régimen político (que ocupaba la primera parte de su manual y todo el primer curso) y una defensa entusiasta de los sistemas democráticos mediante la exposición detallada de lo que denominaba “los regímenes democráticos con tradición democrática”, es decir, Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia (explicado en la segunda parte del manual y todo el segundo curso).

Utilizando un método de análisis parecido, aunque con intencionalidad más política que simplemente académica, también publica en aquellos años Las monarquías europeas en el horizonte español (Tecnos, Madrid, 1966), un libro en el cual, mediante el derecho comparado, traza un modelo de monarquía parlamentaria –el común en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y los países nórdicos– que considera el más adecuado para el futuro de la monarquía democrática española. Un libro premonitorio, que resultará muy útil una década después en el período constituyente.

Su brillante oratoria en las aulas daba una tensión especial a sus explicaciones teóricas, salpicadas como he dicho de incisivas incursiones, a menudo burlonas, sobre la dictadura franquista que contrastaba con la sólida realidad política de las viejas democracias occidentales. En la miedosa y apática sociedad catalana de los primeros años sesenta, en la época en que lo tuve de profesor, sus posiciones críticas eran recibidas con entusiasmo por los estudiantes que, en ocasiones, premiaban en las aulas con aplausos la valentía de sus juicios críticos sobre la realidad del régimen franquista. Por el contrario, como es lógico, las autoridades políticas y la burguesía bien pensante lo miraban con recelo, aunque ciertos sectores liberales lo acogieron como portavoz de lo que ellos no se atrevían a decir.

En los primeros años de la década siguiente, en los años 70, Jiménez de Parga fue elegido por profesores y estudiantes decano de su Facultad, habiendo sido vetado durante varios cursos por las autoridades ministeriales. Era el reconocimiento a su trayectoria constante de lucha por el derecho, por el Estado democrático de derecho. Su posterior incorporación a la Universidad Complutense de Madrid ya se hizo en otras condiciones. Entonces, afortunadamente, había que estudiar ya el régimen constitucional de España. En la universidad, que siempre había sido su principal entorno intelectual, por fin podían enseñarse con normalidad la Constitución y el ordenamiento democrático vigente.

De la enseñanza y la investigación, el profesor Jiménez de Parga pasó a la función consultiva como miembro del Consejo de Estado y, muy especialmente, a la función jurisdiccional como magistrado del Tribunal Constitucional (1995-2004) a propuesta del último Gobierno presidido por Felipe González. En este órgano, del que llegó a ser presidente, pudo aplicar todos sus conocimientos y, en especial, la experiencia acumulada en la universidad como catedrático de derecho político, en los años de letrado del Cuerpo Jurídico Militar, su práctica como abogado y, más tarde, como diputado, ministro, embajador y consejero de Estado. Esta trayectoria le confirió una mentalidad de jurista de Estado, muy apropiada para la función de garantizar la Constitución.

Hay ciencias intuitivas, por ejemplo las matemáticas y la física, en las que la edad más creativa está en la juventud y primera madurez, pongamos hasta los cincuenta años. En cambio otros saberes, como es el caso del derecho, así como la historia o la filología, son ciencias acumulativas, en las que la experiencia es un grado y es en la madurez –que no en la senectud– cuando se comienza a alcanzar una mayor sabiduría, sobre todo derivada de la prudencia que sólo enseña la vida, no en vano a la ciencia jurídica también se la denomina jurisprudencia. Esto lo demostró Jiménez de Parga en el Tribunal Constitucional donde advirtió en numerosos votos particulares algunas posiciones peligrosas para el futuro devenir de nuestra vida constitucional. Aún están por estudiar sistemáticamente estas discrepancias con la mayoría pero sería interesante hacerlo para comprobar la coherencia de sus razonamientos y su visión de futuro, tanto en cuestiones que afectan a derechos fundamentales como a la estructura territorial del Estado. Fueron años fructíferos, para él apasionantes, que culminaron toda su vida profesional.

Hasta aquí su actividad como jurista, dilatada a lo largo de toda su vida. Como político en activo, es decir, ocupando cargos públicos, su ejecutoria fue breve, apenas cinco años, los años de la transición: diputado, ministro, embajador. Pero de hecho Jiménez de Parga no cesó nunca, desde su juventud, en un tipo de actividad política indirecta como colaborador de prensa y conferenciante, es decir, como difusor de ideas, como educador social. En efecto, las ideas democráticas que en la universidad enseñaba a sus alumnos las fue proyectando al resto de la sociedad. Esta función tuvo un especial significado en los años de la dictadura. Como dice en su libro de memorias (Vivir es arriesgarse. Memorias de lo pasado y de lo estudiado, Planeta, Barcelona, 2008) mediante esta labor se trataba entonces de “contribuir a que despertaran las conciencias del mayor número posible de españoles”.

La actividad periodística comenzó muy tempranamente, en sus años de estudiante en Granada, colaborando en los diarios “Ideal” y “Patria”. Más tarde, en Madrid, en el diario católico “Ya”. Pero donde sus artículos causaron más impacto fue en su larga etapa de Barcelona, primero en “La Vanguardia” y, tras la Ley de Prensa de Fraga, en la revista “Destino”.

En Destino publicaba una famosa sección, denominada “Noticias con acento”, que tuvo una gran influencia en la opinión pública porque Jiménez de Parga jugaba muy hábilmente con los márgenes de libertad entonces permitidos, mostrando las contradicciones de las instituciones políticas franquistas con las nuevas realidades que por aquel tiempo comenzaban a despertar en España. Además, estaban escritos desde la autoridad que le daban sus conocimientos académicos expresados con agudeza literaria y estilo periodístico. No tardaron las multas gubernamentales en caer, según estaba prescrito en la legislación vigente, sobre la cabeza del director de Destino, Néstor Luján, especialmente por los artículos de Jiménez de Parga. Tras más de una docena de multas, la publicación de Destino fue suspendida durante dos meses. La condición que las autoridades pusieron para que Destino pudiera reaparecer es que dejara de escribir Jiménez de Parga. Sin embargo, sus artículos en Destino se publicaron en forma de libro (Noticias con acento, Alfaguara, Madrid-Barcelona, 1967 y Atisbos desde esta España, Guadiana, Madrid, 1968).

Así pues, ahí terminó su colaboración con dicha revista. Siguió publicando en La Vanguardia, más adelante en el Diario de Barcelona y después, ya en democracia, escribió en Diario 16 y en la vasta red de periódicos en los que colaboraba la Agencia Colpisa, entonces dirigida por Manu Leguineche. En los últimos años Jiménez de Parga ha sido colaborador de ABC y de El Mundo. Coincidiendo con su fallecimiento, se ha publicado su último libro, Los 500 brevetes de Secondat. Cuatro años de anotaciones a la actualidad (Iustel, Madrid, 2014), en donde se recogen, a modo de testamento político, las reflexiones que en sus últimos cuatro años publicaba tres días a la semana en el diario El Mundo bajo el seudónimo de Secondat, en alusión a Montesquieu, nombre legendario que ya había utilizado para ocultar su verdadera identidad en tiempos de dictadura. También en todo este largo periodo de casi cincuenta años, el número de conferencias pronunciadas por Jiménez de Parga ha sido innumerable, algunas, sobre todo bajo el franquismo, de notoria repercusión social.

Los dardos más sutilmente envenenados de sus artículos y conferencias siempre fueron dirigidos contra los que él siempre llamó los tibios, utilizando esta palabra en su sentido evangélico; es decir, aquellos que piensan o creen, con mayor o menor intensidad, en unos determinados principios, pero sólo los expresan en público cuando saben que serán aceptados por la sociedad y los poderes del momento. Nunca fue Jiménez de Parga eso que en el lenguaje de hoy se denomina políticamente correcto: si era necesario siempre sostuvo aquello que podía ser inconveniente para cualquier poder, es más, consideraba que para defender aquello en lo que todos están ya previamente de acuerdo, sin aportar nada nuevo, mejor es permanecer callado.

En este sentido, a pesar de la consideración intelectual y social de la que ha disfrutado, Jiménez de Parga ha sido siempre un disidente, un incómodo crítico, un discrepante. Un ejemplo de esta actitud la encontramos en su libro La ilusión política. ¿Hay que reinventar la democracia en España? (Alianza, Madrid, 1993) en el que propone, como indica su inquietante subtítulo, determinadas reformas de nuestro sistema constitucional que aún hoy, más de veinte años después, no se han llevado a cabo y seguimos debatiendo. Un libro premonitorio, al que se le tenía que haber prestado más atención por parte de la clase política y hoy sigue, desgraciadamente, de plena actualidad.

Por último está la persona, el Manuel Jiménez de Parga ser humano. Lo conocí en octubre de 1960, fue mi profesor en primero de derecho. Desde el primer momento tuve por él una gran admiración académica. Más adelante, al tratarlo personalmente muy de cerca, sentí por él, hasta su muerte, un profundo y entrañable afecto: era una persona extraordinariamente cordial y alegre, trabajador infatigable, de memoria prodigiosa, conversador ameno y divertido, hombre éticamente íntegro, amigo de sus amigos, abierto a todos y siempre dispuesto para ayudar a quien lo necesitara.

Una clave en su vida fue su esposa, María Elisa Maseda, que firmaba como escritora con el nombre de Elisa Lamas, licenciada en filosofía y letras, una mujer extraordinariamente culta e inteligente a quien conoció en las conferencias que daba Xavier Zubiri en el Madrid de los años cincuenta. No sólo fue su esposa, y madre de sus siete hijos, sino su principal consejera, también en cuestiones intelectuales. A su muerte, hace apenas dos años, el mundo de Jiménez de Parga, a pesar del apoyo constante de sus hijos y la alegría que le proporcionaban sus 21 nietos, se fue desmoronando. Su tiempo había pasado. No obstante, hasta febrero de este año, aún siguió publicando sus brevetes en El Mundo con la agudeza y buen estilo literario de siempre. Nunca le faltó ánimo para el trabajo, para seguir la actualidad, para aprender, para leer, para escuchar.

Muchos recordarán a Manuel Jiménez de Parga como su profesor, otros como su abogado, unos terceros, multitud, como lectores agradecidos, además tenía infinidad de amigos y también, como es normal cuando uno está comprometido con decir lo que piensa, unos pocos pero encarnizados enemigos. Al fin, como es mi caso, unos cuantos lo recordaremos con gratitud y, además de cómo profesor y amigo, como maestro entrañable en la universidad y en la vida.

Francesc de Carreras
Catedràtic jubilat de dret constitucional de la Universitat de Barcelona

Una resposta a “El profesor Manuel Jiménez de Parga, maestro y amigo – Francesc de Carreras

  1. A Manuel Jimenez de Parga se le le debe recordar con gratitud pues abrio generosamente las puertas de la universidad a estudiosos, brillantes e inquietos discipulos que han ayudado a construir la democracia en nuestro pais.

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